Mucha gente puede creer que no somos nosotros, los jóvenes, los que
debemos hablar de esto. Dicen que no somos imparciales y objetivos y que
incluso muchas veces nos falta madurez para tratar diferentes temas. Yo a este
tipo de personas les preguntaría si a ellos les gustaría que un extraño, una
persona ajena a ellos, opinara sobre sus problemas familiares sin ni siquiera
conocerlos, y no solo eso, sino que incluso se atreviera a intentar
solucionarlos sin consultarlo previamente con ellos. Esto es lo que opino yo
sobre los problemas de los jóvenes. No hay nadie mejor que nosotros para
valorarlos y tratar de buscar soluciones. Porque no hay cosa que más nos
incomode que acatar normas impuestas por otros para solucionar nuestros
problemas.
Vivimos en una sociedad acomodada en la que la gran parte de la
población pasa de los problemas si no es a ellos mismos a los que les toca
vivirlo en primera persona. Lo mismo pasa con los jóvenes, todos estamos
preocupados por la situación de paro actual pero pocos son los que realmente se
mueven por cambiarlo. Creo que eso es lo que realmente nos hace falta, ganas
para cambiar el mundo. No podemos pretender que nuestros padres o abuelos, con
una vida asentada y más o menos tranquila se muevan por nuestros problemas.
Ellos ya lo hicieron cuando tenían 20
años y es de esas experiencias de revolución de las que tenemos que empaparnos.
Todavía nos quedan muchos años en esta vida y tenemos que intentar mejorar este
mundo. Y no pensar que los políticos, los banqueros o los empresarios nos harán
salir de esta crisis. Cada uno debemos aportar nuestro granito de arena para
que todo vaya a mejor. Como decía el escritor irlandés Edmund Burke “que pena
que pensando que puedes hacer poco, no hagas nada” es una frase que siempre
deberíamos tener en cuenta.
Aparte de todos los problemas clásicos que nos rodean en estos últimos
7 años, paro, vivienda, poca esperanza de futuro entre la gran mayoría de
los jóvenes de hoy en día, yo quería
tratar otro problema que va más allá de crisis económicas, políticas o
institucionales. Es el rechazo de la gente madura o anciana a los jóvenes por
el hecho de serlo. Al comenzar en un trabajo nuevo siempre son peor pagados sin
mirar más lejos de la experiencia profesional y sin tener en cuenta lo que esa
persona puede aportar a la empresa: ganas de mejorar, ideas emprendedoras, una
mente abierta a nuevas propuestas y situaciones. Cosas que pocas personas de 60
años tienen. Por eso creo que es conveniente fusionar los dos aspectos, la
experiencia de alguien que lleva toda la vida realizando el mismo trabajo con
la frescura de un veinteañero con ganas de comerse el mundo.
Otro aspecto que sí creo que es realmente problemático en esta nueva
generación son las tecnologías, las redes sociales y todo lo que conlleva. Es
un grandísimo avance esto de internet, whatsapp, twitter y demás, pero no en
las formas en las que las utilizamos. Vivimos pegados a una pantalla. Estamos
perdiendo todo lo bueno que tiene una tarde con tu mejor amigo y una bolsa de
pipas en un banco comentando lo que hicimos la semana pasada. Ahora se entera
toda la universidad que has ido a pasar el día a la playa cuando casi ni has
puesto la toalla en la arena. Hay que encontrar los límites y no hacer que con
este gran progreso demos un paso atrás en todo lo bueno que ya habíamos
conseguido antes.
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